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Academia de San Carlos


 






Introducción.

Fundada por Real Cédula de 25 de diciembre de 1783 como Real Academia de San Carlos de las Nobles Artes, se encuentra localizada en lo que hoy se conoce como Centro Histórico de la Ciudad de México, en la antigua calle del Amor de Dios, actualmente, y por ubicarse ahí la escuela, calle de Academia. Arquitectura, pintura y escultura fueron las ramas principales que se impartieron. Ha sido objeto y consecuencia de las ideologías de las épocas. En un primer momento surge como la “academia” que pregonaban los ilustrados dieciochescos, que manifestaban la necesidad por poseer un lugar y un grupo colegiado para teorizar y practicar un método de estudio.
Desde su nacimiento la Academia de San Carlos ha sido el lugar donde han convergido los artistas más importantes del país, por esa razón ha tenido durante su trayectoria momentos varios de auge. Como formadora, bajo preceptos clásicos y ortodoxos de enseñanza, tuvo una ruptura radical en la segunda década del siglo XX, cuando el arquitecto Antonio Rivas Mercado fue destituido de su puesto como director luego de una huelga instigada en parte por el Dr. Atl en contra de los preceptos anquilosados de enseñanza. A partir de este momento (1913), puede decirse que la Academia inicia su incursión en una etapa moderna de enseñanza, pues, entre otros sucesos notables, ingresan a su cuerpo docente personalidades que serán hito de la pintura mexicana y que podrían parecer hasta opuestos en estilos. Simultáneamente, nacen también las Escuelas de Pintura al Aire Libre, que serían respuesta y crisol de nuevas formas de ver el arte.
La Academia ha tenido los siguientes nombres: Academia Nacional de San Carlos de México (1821); Academia Imperial de San Carlos de México (1863); Escuela Nacional de Bellas Artes (1867); Escuela Nacional de Artes Plásticas (1929; en este año se divide en Escuela de Artes Plásticas y Facultad de Arquitectura, dependiente de la Universidad Nacional). En la actualidad, integrada a la Universidad Nacional Autónoma de México, la Academia de San Carlos alberga la División de Estudios de Posgrado de la Escuela Nacional de Bellas Artes.

LA ACADEMIA Y LOS INICIOS DEL NEOCLÁSICO (1781-1810)

Un intento anterior fue el de Miguel Cabrera junto con otros pintores como José de Ibarra, Antonio de Torres, Francisco Vallejo entre otros, quienes en un principio solían reunirse para concertar e intercambiar opiniones que ayudaran al desarrollo de la pintura. Pese a ello, el rey nunca contestó las cartas que solicitaban el permiso para su fundación y por ello, se sabe muy poco de la iniciativa de estos pintores novohispanos.
La primera institución artística sustentada y patrocinada por el rey de España fue la Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos fundada en 1785. Al igual que sus hermanas europeas, la Academia de San Carlos se basó en los principios fundamentales del arte neoclásico del siglo XVIII que fueron: la revisión y estudio de los tratados de Vitrubio, la obra de Johann Joachin Winckelmann, arqueólogo alemán a quien se considera el padre de la historia del arte y finalmente la influencia clásica que se desató en torno a los descubrimientos de las ciudades romanas sumergidas por la erupción del Vesubio, Herculano y Pompeya en Italia. Valdrá la pena detenerse un poco en la definición del arte neoclásico del cual puede decirse que se asimiló un atraso en la Nueva España en comparación con la producción artística que desde sesenta años antes venía desarrollándose.

El principio para comprender el arte neoclásico se encuentra en el enaltecimiento del arte griego, concretamente hacia su simplicidad y sobriedad de formas, distinguibles en la arquitectura y escultura, así como su innegable grandeza, manifestada por ejemplo en el Partenón de Atenas. De esta forma, todo arte ligado a los conceptos de simplicidad y grandeza equivaldría a un arte indiscutiblemente bello. La Academia de San Carlos se ligó estrechamente a la estética griega a través de los artistas españoles que arribaron para su fundación en la Ciudad de México.
Sin embargo, no se debe dejar de lado que las Academias y propiamente la de San Carlos se constituyeron como el producto del racionalismo iniciado en el siglo XVII y desarrollado en el XVIII.
No puede haber un discurso tan vanagloriado por los historiadores mexicanos el hecho de que en México se haya iniciado una magna escuela de arte en el territorio nacional. Sobretodo que aún en nuestros días este movimiento se identifique con el arquitecto y escultor Manuel Tolsá, autor del famoso Caballito a la entrada del Museo Nacional de Arte. Sin embargo, el fundador oficial de la Academia fue el grabador Jerónimo Antonio Gil (1732-1798), supeditado a la Casa de Moneda como consecuencia de los favorables resultados del mercantilismo y centralización política del gobierno Borbón.
La función de la Academia no fue solamente educativa sino normativa. Bajo el patronazgo real, los primeros maestros optaron por los temas históricos y por la creación de obras para su exhibición en público. Asimismo, la producción artística se realizó en base al estudio de las obras maestras del pasado bajo la estética y técnica clásicas. De esta forma, la Academia se caracterizó por el minucioso trabajo en el dibujo que se realizaba en copia de la anatomía humana mediante figuras de yeso importadas de Europa de las obras originales. Además, el estudiante asistía a clases de teoría del arte, letras, historia y matemáticas.
Al principio, Jerónimo Antonio Gil recurrió a artistas novohispanos para que incursionasen como profesores, como José de Alcíbar, Santiago Sandoval y Juan Sáenz. Posteriormente, arribaron los directores de escultura y pintura, Manuel Tolsá y Rafael Ximeno y Planes respectivamente. La instauración de la Academia constituyó el inicio del arte moderno en México puesto que a su llegada rechazó el arte barroco, estilo ya descontinuado en Europa. Si no es propiamente el comienzo del arte moderno, sí puede observarse en las obras académicas mexicanas un cambio de gusto supeditado fuertemente a la estética neoclásica del siglo XVIII. Un gusto que inclusive se rescató aún después de los cambios políticos a partir de la Independencia, pero que en gran parte promovió lienzos que trataron de adecuarse a las obras europeas a través de la copia.

LA ANTIGUA ACADEMIA DE SAN CARLOS

Hablar de la Escuela Nacional de Artes Plásticas implica volver más de dos siglos atrás. En efecto, nuestra Escuela tiene su origen en 1778 con la llegada a la Nueva España de Gerónimo Antonio Gil, quien respondiendo al nombramiento del Rey Carlos III de España pisa tierras mexicanas para fungir como Tallador Mayor de la Real Casa de Moneda, además de atender una petición del Monarca: fundar una escuela de grabado en hueco, destinada a preparar al personal que requeriría la Casa de Moneda.
Gerónimo Antonio Gil, hombre de gran talento y entusiasmo, no tardó en cristalizar esta segunda encomienda. Ante su éxito rotundo, se vio motivado para ensanchar el horizonte de la escuela, por lo que aspiró a fundar una Academia al estilo europeo. Convenció al superintendente de la Casa de Moneda, don Fernando Mangino, a quien al principio no entusiasmó la idea; pero la insistencia de Gil terminó por convencerlo. Mangino hizo suya la idea, y en su oportunidad la puso a la consideración de don Martín de Mayorga, Virrey en turno.

Sería imposible pormenorizar aquí las dificultades que hubo que vencer y las gestiones realizadas para que el Virrey elevara la propuesta al Rey Carlos III y para que éste diera, al fin, su aprobación. No obstante, resulta importante puntualizar que los antecedentes de la academia se vinculan con la Escuela Provisional de Dibujo que Gerónimo Antonio Gil fundara el mismo año de su arribo a la Nueva España en la Casa de Moneda.
Después de que se probara la conveniencia de la escuela para los fines de la Corona, el 25 de diciembre de 1783, el Rey Carlos III, expide la Real Orden que establece la Real Academia de las Nobles Artes de Pintura, Escultura y Arquitectura con el título de San Carlos de la Nueva España, la que después de aproximadamente diez años de permanecer en la Casa de Moneda, es trasladada al edificio del ex Hospital del Amor de Dios, en las actuales calles de Academia y Moneda de la ciudad de México.
A partir de entonces la historia de la institución ha sido rica en sucesos, la actividad de sus Maestros y alumnos ha permitido documentar de manera visual gran parte de los acontecimientos de México, llegando a convertirse en un testigo permanente de la vida cultural, social y política del país.

Contrariamente a lo que se pudiera pensar, la influencia de la Academia en la vida cotidiana no sólo se centró en los quehaceres de la plástica en sí, sino también en la actividad de los gremios, las construcciones, la valuación de obras, la biología, la agrimensura o la historiografía, situación que le permitió ganarse un lugar protagónico dentro del espectro de las instituciones educativas. Con su calidad de primera academia de arte en América, muy pronto adquirió un prestigio que después de siglo y medio vio acrecentado cuando en 1910 la Universidad de México la integra entre sus escuelas, formando desde entonces parte activa de los objetivos universitarios.
La autonomía lograda por la Universidad en 1929 promueve la superación de la institución denominada ya para entonces Escuela Nacional de Artes Plásticas, misma que compartía el antiguo edificio de la Academia de San Carlos con la Escuela Nacional de Arquitectura. Esta convivencia termina cuando, en 1953, la Escuela de Arquitectura se muda a su nueva sede en la Ciudad Universitaria, lo que permitió a Artes Plásticas ocupar más holgadamente todo el local de la antigua Academia.
Ya trabajando de manera independiente, la Escuela Nacional de Artes Plásticas logra dar un salto sustantivo en el perfil de las carreras que imparte al implementar, en 1968, las licenciaturas de Pintura, Escultura, Grabado y de Dibujo Publicitario, así como los estudios de Maestría. No obstante, estas modificaciones no logran cubrir las expectativas de la comunidad, por lo que para 1971, se modifica el Plan de la licenciatura en Artes Visuales y en 1973 se crea la carrera de Diseño Gráfico junto con la de Comunicación Gráfica, en sustitución de la de Dibujante Publicitario, lo que representó también un esfuerzo por modernizar métodos de enseñanza al respecto y elevar el nivel de los mensajes que utiliza la publicidad.
La Escuela Nacional de Artes Plásticas es poseedora de una colección de grabados originales europeos. Los hay del siglo XVI al XIX e incluye las escuelas española, francesa, inglesa, italiana, alemana, flamenca y holandesa.
Tiene también la nutrida colección de escayolas, medallas y troqueles, así como los dibujos originales de Maestros y alumnos de finales del siglo XVIII a principios del XX. De igual modo, se cuenta con planchas y grabados del XIX. Con todo este material se ha llegado a proyectar el Museo Universitario de la Academia, en el local de las antiguas galerías que actualmente se encuentran en restauración.

No está por demás precisar que muchos artistas destacados en las artes visuales están vinculados a la institución: Rivera, Orozco, Siqueiros, Tamayo, Hersúa, Felguérez y muchos artistas más de prestigio internacional egresaron de la institución e inclusive se desempeñaron en ésta como profesores en algún momento.

Será en 1753 cuando el pintor oaxaqueño Miguel Cabrera, artista de altos vuelos, proclama la necesidad de fundar una academia de pintura que se titule “Academia de la muy Noble e inmemorial Arte de la Pintura” (como se ve, el barroco todavía privaba en las artes de nuestro mundo latino).
Pero la semilla estaba sembrada, 25 años después, en 1778, llega a la Nueva España un señor de peluca y ceño fruncido con aspecto severo. Este señor se llama Jerónimo Antonio Gil; es acuñador de moneda y gestiona al Virrey y al mismo Rey Carlos III para fundar algo muy deseado en la Ciudad de México: “Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos”. Como se ve: “Academia” y “San Carlos” perduran.
Y así será siempre: el edificio ubicado en la esquina de Moneda y Academia, en contraesquina del convento barroco de Santa Inés, es todavía actualmente nuestra inolvidable ACADEMIA DE SAN CARLOS.
Es en 1781, con la aprobación de Carlos III, que la Academia abre sus puertas con el nombre mencionado líneas arriba según propuesta de Jerónimo Antonio Gil y en honor de San Carlos Borromeo, santo italiano a quien se debe la terminación del Concilio de Trento y las primeras medidas para su difusión en la Iglesia.
Sus primeros 10 años los pasó la Academia en lo que hoy es el Museo de las Culturas, también en la calle de Moneda y, al llegar 1791, conservando el nombre de “Academia de las Artes de San Carlos” se instala en lo que era “Hospital del Amor de Dios” con relevos en los directores de las diversas escuelas para esta decena de años: Antonio González Velázquez (arquitectura); José Arias (escultura); Cosme de Acuña y Troncoso (pintura); Ginés de Andrés y Aguirre (pintura) y Joaquín Fabregat (grabado en lámina).
En 1791, llegan de España a México dos grandes artistas: Manuel Tolsá (escultura) y Rafael Ximeno y Planes (pintura).
Los libros célebres de la arquitectura que contenían a los grandes teóricos y estetas de este arte como Vitruvio, Vignola, Piranesi y otros grandes arquitectos se llevan como guía en San Carlos; pero los profesores de México solicitan a la Academia de San Fernando de Madrid se les manden publicaciones como: Dibujo de Monteas, Cálculo de Arcos y Bóvedas, Técnica de la cimbra y del andamio, Sistemas constructivos, además de otros libros prácticos. ¡Bien por San Carlos!
Y empieza el siglo XIX. Todo va bien, pero la flama de la Independencia Nacional brillará de 1810 a 1821 para confirmarse la nueva nación mexicana que sigue, y seguirá influenciada por la cultura hispana y otras expresiones europeas, más no por el gobierno español.
Es insoslayable que la crisis político-social transtorne a nuestra Academia. Ese lapso de tiempo va de 1811 a 1834; pero como “no hay mal que dure 100 años”, Academia de San Carlos resurge y vuelve a ser el centro de las artes plásticas en México. Ahora se va a llamar: Academia Nacional de San Carlos. Será el tristemente célebre General Santa Anna, quien le “eche una mano” a San Carlos en 1843 y en una quincena de años se repone San Carlos con gente como el pintor Pelegrín Clave y el escultor Manuel Vilar. En 1858 hace 140 años Javier Cavallari mejora el Plan de Estudios de Arquitectura. El alumno aprenderá qué es eso de “Ordenes Clásicos” pero también conocimientos de proyecto y construcción.
Cavallari restaura la fachada de San Carlos y llega de Italia Eugenio Landesio. Otro genio, tal vez superior a Landesio, es el mexicano José María Velasco que abarca toda la época porfiriana hasta 1912, año de su fallecimiento. Pero Landesio y Velasco son pintores. Surgen también escultores. Hay también arquitectos de relieve como Carlos M. Lazo y Antonio Rivas Mercado. Este último, autor de la columna del Angel de la Independencia. Lazo, siendo director, trajo a México copias de las más significativas esculturas clásicas griegas y romanas, como la Victoria de Samotracia.

En 1929, año de la autonomía de la Universidad Nacional de México, se divide oficialmente en Escuela Central de Artes Plásticas y Escuela Nacional de Arquitectura (”Academia de San Carlos” de hecho sigue vigente).
En 1948, Enrique del Moral hace un inteligente ajuste al Plan de Estudios y el 11 de diciembre de 1953, todo, menos los museos y la Escuela de Artes Plásticas de San Carlos, emigra hacia Ciudad Universitaria; la Escuela Nacional de Arquitectura es ahora la Facultad de Arquitectura. El Museo de San Carlos pasa al INBA y el hermoso edificio de la Academia queda para los posgrados de la Escuela Nacional de Artes Plásticas y las licenciaturas son transladadas a las funcionales instalaciones en Xochimilco.


 





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