Con qué gozo le di vida a este edificio, escribió Olbrich en Der Arkitekt en 1899. “…las paredes iban a ser blancas y relucientes, sagradas y castas. Lo invadiría una solemne dignidad…”, y fiel a su sueño, aunque para gran asombro de los transeúntes,surguió un templo pagano, blanco y sencillo, coronado por una cúpula enrejada de hojas de laurel,adornada la entrada con el lema delos seccesionistas: A cada época su arte / al arte su libertad. El crítico de arte Ludwig Hevesi oyó que le llamaban “La tumba de Mahdi” -un cruce entre un invernadero y un alto horno- y “La confortable mansión asiria”. Al final, cuando tuvo ya puesta la cúpula, la denominaron “El repollo dorado”.